UN SUEÑO HECHO REALIDAD
A mis 14 años, cuando todavía no tenía la certeza de que quería dedicarme a la medicina, en un encuentro juvenil donde tuvimos un taller sobre cómo Dios hablaba también a través de sueños y visiones, -así como lo hizo con José mostrándole cómo iba a ser la respuesta de salvación de su nación y de su familia en una época de hambruna-, gracias a su obediencia, Dios lo puso en un lugar de influencia y le dio discernimiento y propósito. Y a mí Dios me mostró una imagen donde estaba rodeada de niños de etnias nativas en África, realizando una actividad de salud.
Semanas antes del viaje, con mucha expectativa y ansiedad mientras se acercaba la fecha y temor al enfrentarme a lo desconocido, pero con la convicción de que era el cumplimiento de la visión que Dios me había revelado años atrás, realicé los preparativos necesarios.
Y el día esperado llegó. Ahí estaba yo, junto con diez compañeros cooperantes, viajando a un lugar llamado Burkina Faso cuyo significado es “país de hombres íntegros”, en donde durante 10 días nos dedicaríamos a realizar actividades de salud y evangelismo.
Al llegar a la capital Uagadugú la impresión fue impactante. Una ciudad muy diferente a lo que estamos acostumbrados a vivir, donde el caos, la pobreza, la tierra roja y una capa de polvo en suspensión contrastaba con la sencillez, carisma y amabilidad de los burkineses.
Cada mañana veía cómo la gente hacía largos recorridos y filas con el fin de ser atendidos, con la esperanza de encontrar ayuda, para algunos de ellos, la única posibilidad de ser vistos por un médico.
Mujeres, hombres y adultos mayores, cada uno con sus diferentes motivos de consulta (dolor lumbar, dolor abdominal, dolor articular) y con las dificultades en la traducción del Moore al francés y al inglés, haciendo un esfuerzo en obtener la información necesaria para explorar, diagnosticar y medicar, intentando mirar a la cara, llamar por el nombre, brindando una sonrisa y con el corazón arrugado por la frustración de saber que lo que médicamente podía ofrecerles eran paños de agua tibia, ya que sus condiciones socio culturales no podían ser cambiadas de la noche a la mañana, dado que se necesitan cambios importantes en políticas de salubridad para mejorar las condiciones de salud como el acceso al agua potable y el control de residuos.
Mi principal preocupación cada día era sentirme útil, dejar huella en cada una de las personas que atendía, ser sal y luz para ellos y un bálsamo de amor en situaciones tan adversas.
En la Biblia hay muchos capítulos donde vemos a Jesús sanando los enfermos (la mujer con flujo de sangre, el paralitico de Betesda, los diez leprosos), como Él mostraba su cercanía, amor y compasión por el enfermo.
Reconozco que fui a ese lugar con unas expectativas muy altas, con la idea de sanar a mucha gente y servir. Mi carácter fue confrontado, tuve días malos de frustración y dolor, otros muy felices donde veía la misericordia de Dios. De los burkineses recibí gratitud, paciencia, sonrisas amplias y desinteresadas y colaboración por parte de los voluntarios que ayudaron en la obra.
Mi reflexión sobre este viaje, es que Dios cumple sueños. Nos lleva a lugares donde somos confrontados y a la vez vemos la gloria de Dios y su propósito. Mateo 5:4 “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
Servir a Dios llena el corazón de abundancia, compasión, engrandece el alma y el espíritu. Seguiré luchando por ser parte de la respuesta a tanta necesidad, reconociendo que el cumplimiento de la obra y la recompensa vienen de nuestro Señor Jesucristo.
Con amor,
Catalina Valcárcel sierra.
Medicina Familiar y Comunitaria.
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