PENSANDO EN CRISTIANO: MAR ADENTRO

 

Mar adentro

Mar adentro, mar adentro,

y en la ingravidez del fondo

donde se cumplen los sueños

se juntan dos voluntades

para cumplir un deseo

(…)

Pero me despierto siempre

y siempre quiero estar muerto

para seguir con mi boca

enredada en tus cabellos.

(Ramón Sanpedro)

Ramón Sampedro

Ramón Sampedro

                       

Hace meses se estrenó la película, ahora ampliamente premiada Mar Adentro de Alejandro Amenábar, polifacético cineasta cuyas obras son dignas de admiración. Nos acerca a un rincón, para mí casi sagrado: la cabecera de un paciente, Ramón Sampedro, quien está aún en nuestra memoria. Desde dicho rincón, donde permanecemos en buena parte del rodaje, llegamos en ocasiones a salir volando de la habitación, planeando por los bellos paisajes gallegos que le rodearon, en esos momentos de magia cinematográfica que tiene la película. La interpretación de los personajes es excelente, destacando la fenomenal caracterización de Javier Bardem. Risas y lágrimas. Con nosotros… la realidad ineludible de la muerte. Contrastes entre lo urbano y lo rural. La música del gallego, del catalán y del castellano, sonando como en un trío de concordia. Una película digna de ver.

También de la que hay que hablar. Ramón Sampedro fue un paciente inmovilizado desde el cuello hacia abajo, como consecuencia de un accidente al tirarse de cabeza al agua de un mar traidor en un día de resaca (1). Pasaron los años y quiso, como él decía, morir dignamente, “escoger el día de partida para el viaje sin retorno” (2) y recorrió un complicado periplo legal intentando conseguir que se le permitiera la aplicación de la eutanasia activa.

De entrada, la realidad de los pacientes que, por querer vivir de otra manera, piden morir, requiere ser abordada con una enorme sensibilidad y amor cristianos, que nos guiarán recordando que el que habla, de ordinario no sufre cuando lo hace y es muy fácil herir aún más con las palabras y con los gestos a quien ya lo está y de gravedad. No hemos de ser nosotros quienes nos erijamos en jueces morales definitivos de nuestros semejantes, cosa que sólo le corresponde a Dios. El mayor consuelo en las amargas horas de la vida de Job, se lo otorgaron sus amigos cuando se hicieron presentes, a su lado, siete días… en silencio. Se trata, para empezar, de estar al lado.

John Wyatt, entrañable pediatra y fiel creyente, nos invitaba hace unos meses a considerar el sufrimiento no tanto como una pregunta que requiere una respuesta, sino como un misterio que requiere una presencia. (3) Hace falta una presencia que esté y que escuche y no sólo con los oídos.

Precisamente, fuera ya de la película, escuchando a Ramón Sampedro le oímos decir cuando le preguntaron el porqué de su risa, que reía “porque aprendemos a reír llorando… me río porque estoy acostumbrado a fingir…sonrío por fuera” Insistió en que “cada uno se agarra al miedo que tiene” y que “uno quiere morirse porque quiere irse a otra parte, la que sea…” (2) Escuchando, uno percibe dolor, desesperanza, un panorama incierto tras la muerte. Realmente no es fácil vivir como él vivió.

Al final, Ramón Sampedro decidió dejar este pedazo de eternidad que es nuestra vida terrenal. Sin duda, el modo de morir es el reflejo del modo que hemos elegido para vivir (4). En las palabras de Ramón Sampedro, se nota la inexperiencia de la Gran Presencia. Porque lo más -nada menos- que podemos hacer, a los que así sufren y a los que no, es presentar a los que nos rodean a Nuestro Amigo. A Cristo. Él sí sabe. Él sí comprende. El Cristo que vive hoy ha de ser presentado. La Palabra de Dios, ese libro vivo, nos lo presenta crucificado, muriendo de un modo injusto al asumir sobre sí el castigo del rechazo culpable de todos los hombres y cada cual, para que exista, para quien lo crea, la posibilidad de experimentar el perdón de un Dios amante, personal, cercano y tener vida eterna.

Cristo comprende al que sufre porque nadie ha sufrido más que Él. Su presencia nos consuela. El sufrimiento es un misterio en el que Dios se nos acerca. Personas conocidas en nuestros círculos como Joni Eareckson, que han pasado por lo mismo que Ramón Sampedro, dan testimonio de ello y encarnan una opción bien distinta (5).

Volviendo a la película, en una de las escenas finales, los personajes Rosa y Ramón dialogan frente al mar. Ante la incertidumbre de lo que haya más allá, Rosa le pide que una vez muerto le mande una señal si es que hay algo más allá… incertidumbre por parte de Ramón. Porque el cine de Amenábar se abre al mundo de los espíritus, pero no dice nada de la existencia de un Dios real y personal (al margen de la mala prensa que el cristianismo institucional ha dejado a lo largo de los siglos, como se ve en la tragicómica escena entre el personaje del cura y Ramón.) Pues la señal que pide Rosa sí está entre nosotros. Cristo mismo, Señor de la vida y de la muerte, resucitó. Sólo a ÉL le corresponde marcar el final de nuestro recorrido. Él mismo en una ocasión le dijo al apóstol Pedro que “remara mar adentro” y obedeciendo se encontró con el milagro. (6) Eso es… MAR ADENTRO… tan sólo cuando el Maestro decida. Entonces y sólo entonces, zarpará nuestro barco a un amado y seguro destino…

BIBLIOGRAFÍA:

(1) www.cubcutura.com

(2) Documental emitido por TVE

(3) Wyatt, J. Ponencia pronunciada en el VI Congreso Europeo de la ICMDA (International Christian Medical and Dental Association

(4) Rivera López, E. Eutanasia y Autonomía Humanitas. Humanidades médicas vol 1 nº 1, pp.79-86

(5) Ver www.joniandfriends.org o Joni Eareckson Tada (vídeo)

(6) Lucas 5.

Orlando Enríquez

Médico de Familia

Publicado en Edificación Cristiana